En un espacio previsto para 3000 personas malviven 12000 hombres, mujeres y niños
Las entradas están valladas y vigiladas por furgones policiales. Entre la zona de tiendas y la pared del complejo pasa un riachuelo con agua podrida. Unos metros más allá se encuentra la ropa tendida y niños intentando llenar botellas de plástico de una fuente al lado de las letrinas.
Médicos sin fronteras calcula que tan sólo hay una ducha por cada 506 personas y un retrete por cada 210
Moria está lleno de niños que juegan entre las basuras con palos o arrastrando cartones de frutas con sus hermanos dentro. En las escuelas creadas por una de las ONGs apenas hay sitio para dar clase por lo que los niños que acuden a ellas son una minoría.
Los adultos se despiertan a las cinco de la mañana para conseguir el desayuno que consiste en un bollo y agua por persona y la mayoría de ellos hasta las 8 no regresan a su tienda.
En eso consiste su día a día, en esperar horas para poder comer, beber, orinar, lavarse, tramitar documentos.
Después de todo el día haciendo cola para poder vivir llega la noche. Pero con la oscuridad todo empeora. Desde las chabolas se escuchan las pelas gritos y robos. Muchos de estos robos se deben a que el teléfono móvil es uno de los objetos más deseados en el campo. Perderlo es perder el contacto con la familia.
Las mujeres tienen miedo de ir por la noche al lavabo y las que tienen marido van acompañadas. Las agresiones sexuales se incrementan durante estas salidas nocturnas.
En la clínica de MSF de Moria, además de ofrecer atención primaria para menores y cuidado pre post parto para mujeres, también hay un servicio médico especializado en el caso de violaciones.
¿Cuántos más refugiados vamos a permitir que lleguen después de una dura travesía al peor lugar del mundo?
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